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El piano niño

Eric Valdés Marines, un niño talento que hace del piano su día a día. Es en la Facultad de Música donde pule su talento.

Las mañanas en Saltillo, Coahuila, son frías, que no frescas. Esta ciudad tiene en el metal, la industria siderúrgica, una gran simetría con la vida diaria en Monterrey. El automóvil reina en sus calles. El ruido de la cumbia y lo norteño ensordece los oídos de la gente dulce. La música del día a día es el progreso; el trabajo, su batuta. Sin embargo, poco a poco otra música, otros músicos van poblando este salvaje Noreste.

Los Valdés son una familia más del Noreste. Fernando y Mónica tienen tres hijos; Eric, el menor, es al que le gusta la música; tanto le gusta al jovencito de 13 años, que interpreta a los clásicos en el piano.

Su maestra, la catedrática de la UANL en la Facultad de Música (FAMUS) (en donde Eric forma parte del grupo de Talentos), Antonina Dragan, aceptó escuchar al estudiante de secundaria hace tres años; es decir, a la edad de nueve años, quizá una edad avanzada para iniciar los estudios pianísticos.

La relación entre Dragan y Valdés fue tan positiva, que hoy el niño se destaca como solista, por ejemplo, acompañando a la Orquesta Sinfónica Juvenil Silvestre Revueltas, de Celaya; y la Orquesta Filarmónica del Desierto de Coahuila.

Viaje y encuentro

Los padres de Eric son ingenieros. Fernando, el papá, tiene gran cercanía con agrupaciones de música country como Caballo Dorado y Wild West. Los hermanos de Eric, Fernando de 21 años, y Mónica de 22, se interesaron en la música en su mocedad, pero abandonaron el interés. De ese abandono, quedó un teclado eléctrico al que Eric le empezó a arrancar melodías.

Su padre un día pidió a Ricardo Sosa, de Wild West, si podía escuchar a su hijo para entrever la posibilidad de darle estudios de música. El músico country le dijo a su compadre que debía llevarlo a clases de piano.

En Saltillo también vieron el talento de Eric, y fue entonces cuando el sueño de mudarse a la Ciudad de México comenzó a fraguarse. Los Valdés acompañaron a su hijo en pos del Conservatorio de Música, pero antes tenía que pasar un examen, un filtro para llegar a esta respetable institución.

Fue entonces que Dragan apareció en su camino. Lo que sólo sería una asesoría para llegar a la capital, resultó una relación tan especial que ahora la familia vive en Monterrey, y el futuro de Eric es prometedor.

“Aquí la maestra me ha enseñado muy bien todo lo que se debe aprender del piano. La música banda nunca me llamó la atención ni creo que alguna vez me llame la atención”, señala Eric, y sus ojos verdes se pierden entre las teclas del gran piano del auditorio de la Facultad de Música.

Eric sabe que en esta ciudad -y a su edad- la edad de los noviazgos y las primeras grandes preguntas, el futbol y otras distracciones, tener de compañero a un niño que practica con rigor el piano, es curioso.

“Los niños de mi escuela quieren ser futbolistas. Son muy cerrados y no se permiten conocer lo que es este tipo de música. Yo estoy con un proyecto llamado Ruta Mágica del Piano, y ahí les llevo a los niños la música clásica. Son niños de entre 8 y 12 años y veo que están muy atentos, les gusta. No veo por qué a otros adolescentes no les guste”, indica Eric y recuerda aquella anécdota del argentino Raúl Di Blasio, quien en tiempos de Maradona pasaba junto a sus compañeros de barrio cargando sus partituras entre los brazos, provocando la burla de los niños que querían ser futbolistas.

“Di Blasio dice que se burlaban de él los niños. Y de adulto dijo ‘yo soy el Piano de América y ellos no llegaron a ser futbolistas’”, comenta entre risas.

Pero el piano no sólo le ha dado diplomas y viajes al interior de la república y el extranjero, sino que le ha desarrollado una mejor disciplina y concentración para estudiar.

“Antes de estudiar piano yo era bueno en matemáticas, pero ahora soy mucho mejor con los números. También soy más atento, escucho mejor lo que dicen y capto muy bien toda la información”.

Chopin, la tranquilidad; Bach y Vivaldi, la claridad; Grieg, por la incorporación de densidad y luminosidad; y Beethoven, por ser Beethoven. Estos son los pilares musicales de Eric, quien manda un mensaje a los jóvenes que gustan de la música pero no se atreven a estudiar.

“Si tienen un sueño hay que seguirlo. Si se meten a profundidad en la música verán que es muy divertido. Antes de los nueve años nunca me imaginé tocar un piano de cola ni ir a Nueva York o tocar con la Orquesta Filarmónica del Desierto, donde pensé que tocaría hasta los 30 años, pero ya estuve con ellos en abril”, dice Eric, quien asegura que se dedicará a la música cuando sea mayor.

Un gradual desarrollo

Dragan comenta que su método de enseñanza se mide por pieza aprendida. Si se prepara una pieza para concierto y se presenta, se pasa a otra cosa. La velocidad del aprendizaje depende de los propios estudiantes. Con Eric, el caso se dio de una forma peculiar.

“Se progresa en la medida que en alguna etapa desarrollan tales o cuales capacidades pianísticas, estéticas y se le pasa a un nivel más alto. Cada pieza que se elige tiene que cumplir con ciertos requisitos. Tengo que tener en cuenta el desarrollo del alumno ¿qué le falta? y eso se trabaja en casa ¿qué es lo que tiene? eso se lo mostramos al público”, informa Dragan.

La maestra rusa, quien se graduó con honores de la Escuela de Música para Niños de Khersón y es la directora de la carrera de piano de la FAMUS, indica que en el piano se enseña de menor a mayor.

Dragan se ha reencontrado con antiguos estudiantes que llegan años después para matricularse a la facultad. Durante ese tiempo intermedio en que un alumno deja o suspende sus estudios, ya sea por inclinarse hacia otros gustos o por azares del destino, Dragan no puede llevar la rigidez como sucede en Europa, donde si un alumno abandona sus estudios de infancia, ya no puede continuar.

“Es como si yo quiero ser ingeniero pero no tengo ni primaria ni secundaria; hay conocimientos base que los alumnos deben manejar”, comenta la maestra.

Podría sonar riguroso cuando los instructores de música limitan sus clases a estudiantes un poco “mayores”; es decir, llegar como Eric a los nueve años, les parece una edad muy avanzada y poco apropiada para iniciar los estudios de piano. Pero tiene una explicación casi filosófica.

“Cuando tú entras mayor, de parte de la fisiología los tendones y músculos ya se han formado. La parte de sensibilidad cultural, ese tiempo ya está perdido. Lo vamos educando gradualmente. Es piramidal, a lo ancho y a lo bajo.

“Si a un niño de cinco años lo ponemos a tocar una escala de una octava, termina todas las escalas; ya cuando está en secundaria dos octavas, entonces está ampliando este conocimiento y desarrollando y afianzando sus hábitos pianísticos. Las excepciones son extrañas”, informa la pianista.

Eric, dice Dragan, inició tarde; tenía materia, hechura, pero no conocimiento, entonces forzaron mucho el proceso hasta afinar al jovencito que es ahora. La maestra resaltó la figura de los padres, quienes en su afán por darle una buena educación a su hijo, se mudaron de residencia.

El mayor logro

Para Dragan, como ser humano, como mujer, como maestra, como pianista, contrario a lo que dirían otros instructores anteponiendo los reconocimientos, las noches de solista, los diplomas, los concursos, el mayor logro con Eric ha sido la disciplina.

“No puedo decir que esto es de aquí para allá, sino que es tan mutuo y tan integral el entendimiento”, finaliza Dragan, quien comenta que esta ciudad cada vez es más una ciudad de músicos.

Esperemos ver en un futuro a Eric interpretar su piano en el Centro de las Artes e Investigaciones Estéticas de la UANL, edificio ubicado en el Campus Mederos, que ya cuenta con muy avanzados trabajos de construcción.

Puedes ver a Eric Valdés en su canal de youtube

Responsable: Prensa UANL